miércoles, 5 de diciembre de 2012

Baklava

Esta especialidad que llega del Mediterráneo Oriental es famosa y admirada en buena parte del mundo, y tiene su origen, al parecer, entre los asirios en el siglo VIII a.C. Entre estos y los antiguos babilonios se disputan el honor de haber puesto frutos secos picados entre varias capas de algún pan que cocinarían en sus primitivos hornos de madera.
Más tarde serían los marinos y mercaderes griegos los que descubrieron las delicias del baklava y lo llevaron a Atenas. Parece que fue aquí donde se perfeccionaría la masa haciéndola más fina comparada con el modelo asirio que se parecía más a la de un pan, hasta asemejarse a su aspecto actual, envueltos en la delicada y crujiente pasta filo.
Tras la invasión otomana, sería en las refinadas cocinas de los palacios de Constantinopla donde el baklava llegaría a su máxima expresión. Hasta hoy mismo se puede escuchar un dicho popular en Turquía que dice "No soy tan rico para poder comer baklava todos los días".


No hay que ser rico para comer un buen baklava pues se trata de una especialidad sencilla, aunque delicada y exquisita si probamos alguna que haya sido elaborada por un cocinero de confianza con ingredientes de calidad.


Muchas capas de pasta filo, miel y frutos secos son la base de todos, y las versiones que podemos encontrar son tantas como sean los que se atrevan con ellas.
Mi primera versión particular lleva almendras, pistachos, avellanas y sésamo. Azúcar moreno y un toque de canela y jengibre. Y un jarabe de miel, limón y otras especias que baña el dulce una vez horneado.


Crujiente y aromático, el baklava es muy nutritivo, dulce y adictivo... Una porción suele bastar, pero se presta a más interpretaciones...
Acompañado de un buen café turco o de un té a la menta nos transporta a jardines aromáticos entretenidos por surtidores y músicas orientales.

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